En la cultura occidental existe un hábito que ha arraigado con fuerza, que es el de separar aquello que nos disgusta y tratar de llevar-lo fuera de nuestra consciencia. Este es uno de los motivos por el que a ciertas personas se las separa en manicomios, cárceles, hospitales e incluso escuelas. También tiene que ver con esa costumbre tan curiosa que tienen algunos políticos de no nombrar la cosas por su nombre, como por ejemplo el actual presidente de España que siempre que puede evita nombrar a Bárcenas, ex-tesorero de su partido que ha sido imputado por graves casos de corrupción. El pensamiento occidental es dualista. Separa lo bueno de lo malo, y por ello el lenguaje, que está intimamente unido al pensamiento también es dualista. Tanto es así que con frecuencia se crean divisiones curiosas:tal y como sucede con los créditos y las deudas.
Préstamos y deudas son dos sucesos inseparables, tal como sucede con el comprar y el vender, que necesariamente suceden de forma simultanea. No puedes comprar si alguien no te vende, y del mismo modo no puedes conseguir un préstamos de dinero, sin endeudarte. Ambos aspectos son como la cara y la cruz de una misma moneda.
Por ello las personas encargadas de las campañas de marketing de las empresas de financiación, tratarán de nombrar lo mínimo la palabra deuda. Es sencillo, todo el mundo está feliz de tener un adelanto del dinero, o crédito en la tajeta para gastar antes de cobrar la nómina. Pero esas mismas personas no quieren tener deudas de dinero. Pero resulta que los préstamos son en realidad un contrato de deuda. Seguramente seria más fácil tener una tercera palabra para ambos conceptos, algo así como el término compra-venta, (podria ser deuda-préstamo) pero no existe, así que toda la publicidad se enfoca en recordarte la suerte que tienes de poder coger dinero a crédito para lograr tus sueños. Dejan de lado la deuda que contraes en el mismo instante que firmas el préstamo-deuda.